domingo, 13 de febrero de 2011

INSTINTO: Cap. 1


¿Qué responderías si te preguntaran qué es un ángel?
Qué pregunta más tonta, ¿no? Obviamente dirías que son seres de aspecto humano, con un par de alas a la espalda, y procedentes del cielo. Tal y como dice el folklore popular, siempre tan exagerado con todo.
Pues siento tener que decírtelo, pero no. No has acertado en nada. Cero. Menos mal que no es un examen.
Un ángel es una persona normal, como tú y como yo. No con alas detrás de la espalda ni nada parecido. Son ésas personas que influyen en la sociedad, a las que la gente sigue, las que marcan las modas, las personas en las que confías al 100% y sin saber por qué, te sientes bien en su compañía. Son personas normales que poseen ciertas habilidades superiores, como saber ocultarse, tener mayor equilibrio, unos sentidos muy agudizados, y otras cosas más.  Y poseen una gran belleza. Puede parecer algo casual, pero todos los ángeles, tienen el pelo de colores claros, oscilando entre el castaño claro, hasta llegar al rubio platino o incluso pelirrojo, y los ojos de colores vivos, entre el miel y el gris, pasando por el verde y el azul.
Bueno, casi todos. Yo era la excepción que confirmaba la regla.
Dejando a un lado mi comportamiento que tenía que ver más con un demonio (suena irónico siendo yo un ángel, sí), estaba mi aspecto. Mi pelo medio rizado era marrón chocolate oscuro, aunque desde hacía tiempo tenía mechas de un rojo fuego que me encantaban. Mis ojos, bueno, eran bastante oscuros. Casi negros. La piel la tenía morena, como si tomara el sol cada día. Resumiendo, podría decirse que lo único que tenía en común con todos los ángeles eran unas pequeñas alas entintadas en la espalda.
Bien, eran ya las dos de la mañana, y si no me había dormido ya, no lo iba a conseguir. Así que con sigilo me levanté y me puse algo de abrigo sobre el pijama, abrí la ventana y me tiré por ella.Bueno, vale, me emocioné un poco. Estaba en la planta número uno, de un edificio de siete, aunque normalmente dormía en esta última. Lo que pasaba es que estaba castigada, y por eso me habían aislado en esta habitación. Y, como era tan obediente, estaba tratando de escaparme.
Dios, que frío hacía fuera. Y además hacía poco que había llovido, por lo que todo estaba húmedo.Pero todo era mejor que ese horrible cuartucho.
Me encantaba el bosque de este Internado. Podía dar algo de grima todos esos árboles retorcidos y viejos, pero había algo mágico en ellos, algo que hacía que me sintiera bien y que viniera aquí cada noche que no podía dormir. Como hoy, la víspera del nuevo curso.
Uff, el nuevo curso.
El cielo estaba despejado y la Luna lo bañaba todo con su pálida luz. Un repentino crujido me puso alerta. No estaba sola en ese bosque. Había alguien más no muy lejos de donde estaba. Me guié por el sonido. Cuando ya estaba cerca me escondí entre los matorrales. Estaba casi en la verja de la entrada de la Academia.  Aparté unas ramitas y miré.
Una silueta se recortaba en la oscuridad. La reconocí como masculina por la estatura y el ancho de la espalda, aunque no podría asegurarlo porque estaba de espaldas, y al estar vestido todo de negro dificultaba aun más la visión. El desconocido hablaba, pero no tenía móvil. Parecía dirigirse a alguien que no podía ver desde el ángulo en el que estaba. Intenté leerle los labios, pero no reconocí las palabras, y tampoco podía escucharlas a esa distancia. Entonces, el desconocido se giró completamente, y miró en la dirección en la que estaba escondida, como si alguien le hubiera dicho que estaba ahí, o tal vez por propia voluntad. Contuve la respiración. No podía haberse dado cuenta de que estaba espiándole. Era imposible. Me alejé sigilosamente de los matorrales, pero cuando no había andado apenas un metro, me topé con algo en la oscuridad. Algo que me empujó contra el suelo con violencia.
-          ¿No te han dicho nunca lo que le pasa a los curiosos?-dijo una voz serena.
Era el mismo chico de la entrada, o al menos eso deduje por la pose de altivez que tenía.
Intenté levantarme, pero me tenía puesta en una posición en la que no me podía mover.
-          Oye, apártate un poco. Necesito espacio-siseé.
La luna llena apareció entonces detrás de una nube, y la luz iluminó su rostro. Tenía el pelo completamente liso, medio largo y de un negro brillante. Sus ojos eran de un azul marino intensísimo, casi irreal, que por alguna razón estaban en magnífico equilibro con ese extraño pelo, los labios carnosos, y la piel clara.
-          ¿Qué hacías espiándome?-insistió.
-          Mira, chaval, yo sólo daba un paseo y punto. Pero por desgracia me he topado contigo. No me importa si te estabas comiendo la boca con alguien, en serio. No me vas a quitar la inocencia de mis ojos. ¿O acaso es algo que no debería haber visto?-pregunté con sarcasmo.
Aprecié una chispa de ira contenida en sus ojos extraños, y sonreí para mis adentros.
-          No estoy de humor, niña. Lárgate de aquí.
¿Pero quién se creía este?
-          Chiquito, tú a mí no...
-          ¡Qué te vayas!-siseó, y sus ojos chispearon.
Por alguna razón, algo en sus ojos me infundió miedo. Me levanté no sin cierto esfuerzo, pero él me agarró de la muñeca. Incluso a través del abrigo, me hirió, y las lágrimas se agazaparon en mis ojos, pero me negué a darle ese gusto de verme llorar.
-          Que te den, imbécil-escupí.
Él sonrió.
-          Tal vez nos volvamos a ver.
Me ardían las mejillas de pura indignación cuando me soltó, pero no dije nada.
Entonces, sus dedos desnudos rozaron levemente los míos. Algo se rompió dentro de mí. Realmente fue leve, pero me pilló desprevenida. Una pequeña descarga me recorrió, sin llegar a ser dolorosa.Le miré con una mezcla de temor y fastidio, pero él no pareció darse cuenta.
Me alejé de allí corriendo. Al mirarme las manos descubrí que el hormigueo comenzaba a desaparecer.
Llegué a la academia, pero no subí a mi habitación. Bordeé el edificio, hasta llegar a la pared contraria, donde estaba mi dormitorio. Por suerte, desde que entré por primera vez a este edificio, había un árbol altísimo, el que he escalado miles de veces por sus numerosas ramas, así que me subí a él y en cuestión de minutos estaba en el alfeízar de mi balcón.
Vaya, la puerta estaba cerrada.
Di unos golpecitos al cristal, con la esperanza de que Haven me escuchara. Para mi alivio, salió a los pocos segundos, vestida con un corto pijama de verano negro. Abrió los ojos al verme, pero después una gran sonrisa cruzó su rostro.
-          Eres la mejor, Gala. ¿Cómo lo has hecho para burlar tu castigo?
Sonreí, a mi pesar.
-          Es cosa de la experiencia. Vamos, cierra, que me muero de frío.
Ella obedeció y se sentó a mí lado, en la cama desecha. Aún sonreía, hasta que me miró directamente a los ojos, y se le borró de un plumazo. Supo que algo andaba mal.
-          ¿Qué ha pasado?
Le relaté mi escapada y el encuentro con el chico misterioso. Pero por alguna razón que desconocía, no le conté el extraño calambrazo que me dio. Tal vez lo había imaginado.
Cuando terminé, estaba temblando. Nunca tenía miedo de nada, pero hubo algo en los ojos de ese chico que hizo que algo se removiera en mi interior. Igual estaba muy oscuro, o igual eran imaginaciones mías, pero el caso es que me alteré. Tal vez me estaba volviendo paranoica.
-          Bueno, tranquilízate, Gala. No es más que un niñato. Además, mañana empezamos de cero otra vez el curso, y tenemos que darle caña a los nuevos, ¿va? Y ahora vete, que no creo que se fíen mucho de ti y a lo mejor entran para ver si estas. Venga, y de lo demás no te preocupes. Tú estás por encima de eso.
Sonrió y me abrazó. A través de su pelo rojo pude ver el tatuaje de alas de su espalda, que indicaba que también era un ángel. Sonreí también.
Salí de nuevo al balcón y me volví a deslizar por el Árbol hasta abajo. Haven se despidió de mí desde el bálcón.
Volví a la habitación y me metí en la cama, pero antes cerré la ventana. Observé el bosque por última vez.
Tal vez si no hubiera corrido las cortinas, hubiera visto cómo una silueta se adentraba en la academia, pero no lo hice.
Cerré los ojos, y me concentré en dormir. Alejé todos los malos pensamientos, y poco a poco me fui adormilando.
Pero no fue un sueño tranquilo, porque todo lo que veía eran unos ojos fríos e intensos.

domingo, 6 de febrero de 2011

INSTINTO: Preámbulo


Siempre había pensado que podría reconocer el Mal en cualquiera de sus formas, y convatirlo incansablemente hasta vencer. Sabía que este se escondía en cualquier lugar, y estaba preparada para ello. Me habían enseñado a no buscarlo en pesadillas de monstruos o fantasías. Estaba preparada para cualquiera de sus manifestaciones, por absurda que fuera, porque el Mal aprovecha cualquier descuido para alzarce victorioso. Para él no existen los duelos leales, ni el honor, ni nada que se le parezca. Todo eso forma parte del bien, siempre tan juicioso y justo. Así que aprendí a no confiarme.
Pero no me enseñaron una cosa.
El Mal conoce muchas cosas. Y sabe como aprovecharse de ello. Me enseñaron a perseguir y acabar con él. Pero sobre todo, me enseñaron a amar.
Entonces, ¿qué ocurre cuando la persona que amas es la misma a la que tienes que perseguir sin descanso hasta matar?
Que una de esas dos lecciones muere, y no siempre es la más lógica ni la más justa.

CÍRCULO PERFECTO: Cap. 1


Veinte años después.
El teléfono interrumpió mi lectura. Lenta, muy lentamente, me levanté del sillón y arrastré mis zapatillas hasta el teléfono. A medio camino, dejó de sonar, pero continué andando hasta él. Una llamada, a la una de la madrugada de un sábado, no sería de publicidad. Sin duda, sería importante.
Como yo predecía, no hubieron pasado ni diez segundos, cuando volvió a sonar.
Esta vez llegué a tiempo.
-        ¿Diga?-susurré.
-        Marie, menos mal que coges el teléfono-susurró la voz.
Al instante la reconoció.
-        ¿Qué ocurre, sherif?-pregunté.
Una idea comenzaba a tomar forma en mi mente.
-        ¿Estás ocupada?- siseó.
-        Son las una de la madrugada-dije a modo de respuesta.
-        Bien, te necesito. Tenemos un cuerpo.
Genial. Mi intuición me había hecho acertar de nuevo. Suspiré.
-        Bien. ¿Dónde tengo que dirigirme?-musité.
-        No, tranquila. Esa molestia te la puedo ahorrar yo. En media hora estoy en tu casa.
-        De acuerdo, entonces, hasta ahora-dije.
El sherif no respondió, pero tampoco colgó.
-        Marie...-comenzó.
-        ¿Sí?
-        Tal vez, te impresione un poco, pero los chicos de guardia ya están allí, y dicen que cuando han encontrado el cuerpo, presenta algunas similitudes con...-carraspeó-con el caso de tu madre-finalizó.
La mano con la que sujetaba el teléfono se puso rígida. Todo mi cuerpo se tensó automáticamente. ¿Cómo podía pasarle esto, veinte años después? No obstante, mi voz continuó siendo inexpresiva, indiferente, como siempre, pero esta vez con una cierta frialdad que no pude ocultar.
-        A las una y media-dije, y colgué.
No me permití ni un segundo en pensar en las últimas palabras que dijo el sherif. Simplemente dejé la mente en blanco, y me dirigí a mi habitación. Rebusqué en el armario, y pese a no haber encendido la luz, encontré alguna ropa decente. Siempre se me había dado bien ver en la oscuridad.
Me desprendí del camisón blanco, y lo suplanté con un jersey gris de cuello vuelto, y unos vaqueros negros. Me pasé los dedos por mi llameante melena para aplacar los rizos, y cogí cierto material que presentía que me haría falta.
Para cuando salí a la calle, el coche de policía ya me esperaba, con el sherif Tom dentro. Había una completa oscuridad, salvo las luces amarillas del coche y mi pelo, siempre rompiendo toda la oscuridad.
Abrí la puerta del copiloto, y me senté sobre el mullido asiento.
-        Hola-dijo.
-        Hola, Tom-dijo ella.
Arrancó el motor.
-        ¿Café?-dijo señalando un cartón de plástico que había en el suelo.
Ella lo cogió.
-        Sí, gracias. Me vendrá bien. Esta noche va a ser larga-suspiró.
-        Lo siento. Sabes que si no hubiera sido importante no te hubiera llamado. Y siento tambien lo de antes. He sido muy duro-se disculpó.
-        No importa-le restó importancia.
No añadieron más. Lo miraba cada pocas veces, casi se podría decir con cariño. En aquel hombre veía a mi padre, al que nunca conocí. Tendría la misma edad que mi madre si ella viviese aún.
Y, él había sido uno de los federales que me había encontrado. En aquellos tiempos, joven, alto, moreno. Lo recordaba. Mis recuerdos comenzaban a partir de aquel hombre, al que, en la comisaría, pregunté donde estaba mi madre y qué era aquel líquido rojo del que estaba empapada. De lo anterior, nada. Imágenes iban y venían pero no sabía como ubicarlas. Caras de hombres y voces susurrantes y envolventes me perseguían en sus pesadillas. Y aún lo hacían de vez en cuando.
-        ¿Dónde se ha producido?-pregunté con cautela.
-        En un edificio de las afueras, cerca del bosque-respondió.
Cerré los ojos, repentinamente cansada.
-        ¿Ha llegado ya el forense?-pregunté.
-        No. Bryan se tomó una semana libre desde ayer. El nuevo forense tendría que llegar mañana a primera hora. No podremos tocar nada hasta entonces.
Asentí. Había oído algo de eso.
En el camino, algunas gotas amenazaron con empezar una lluvia, pero, por suerte, quedó en nada.
Tras unos veinte minutos de tráfico, comenzamos a alcanzar las afueras. Los edificios iban perdiendo su lujo, y eran reemplazados por rústicas casas de campo. Era como una degradación progresiva.
Al poco vimos el amarillo del característico cordón policial cercando una casa de fachada barnizada. Varios coches y personas se agolpaban alrededor. Escuché cómo suspiraba Tom, exasperado.
-        Nunca podré entender la afición de alguna gente por querer ver sangre-murmuré, estando de acuerdo con él.
Noté como su miraba se volvía hacia mí, y supe lo que pasaba por su mente, de la misma forma que si me lo hubiera dicho. Todo el mundo que conociera mi historia me miraba con compasión. Me sonreían, y trataban de parecer amables. Todos se habían imaginado que al entrar al cuerpo, yo buscaba venganza. Tal vez, alguna vez fue cierto. Me imaginé mil y una vez mirándole a la cara, poniéndole las esposas, metiéndole en cadena perpetua. Pero todo aquello pasó tras mucho tiempo sin conocer la respuesta.
Aparcamos en la acera, y salimos del coche.
-        He puesto algo de material en el maletero, ¿voy a cogerlo?-pregunté antes de seguir andando.
Él negó con la cabeza.
-        Cuando recibimos el aviso, mandé a los chicos con la furgoneta del material-respondió.
Asentí, y continuamos caminando. Llegamos al recinto precintado. No tuvimos que enseñar la acreditación; la mayoría de la gente que estaba en la casa nos conocía.
Del lugar donde se agolpaban algunas personas, salían sollozos y llantos. Sacudí la cabeza.
En ese momento, uno de los chicos más jóvenes se nos acercó. Ben.
-        Hola, jefe-dijo, saludando al sherif- Marie, veo que también te han metido en esto-sonrió.
-        Sí, también lo estoy-dije, con una sonrisa cordial.
Vi como algunos de sus mechones rubios se le pegaban a la frente.
-        Estamos hasta arriba de trabajo-dijo.
-        Bien, ¿en qué me pongo a ayudar?-pregunté.
-        Sólo coge una cámara. El resto de material está ya dentro de la casa. Vamos, te acompaño a la furgoneta. Está en la parte posterior de la casa.
Asentí.
-        Chicos, yo voy a ver como están las cosas dentro de la casa.
Ben hizo una mueca.
-        Como quieras, jefe. Marie, vamos-añadió.
Los dos bordeamos la casa despacio.
-        No estais encontrando ninguna prueba.-susurré entonces.
Él me miró, y sus ojos le delataron.
-        Son las una de la madrugada. Tal vez mañana encontremos algo más-repuso.
Suspiré.
Me abrió la puerta de la furgonteta, y con un ágil salto, entré en ella.
-        ¿necesitas una linterna?-preguntó desde el exterior.
-        No, tranquilo. Creo que me conozco este trasto como la palma de mi mano.
A tientas, encontré una cámara, y salí al esterior. Cuando me disponía a saltar de nuevo, Ben me tendió los brazos. Dubitativa, me dejé caer sobre ellos. Mi jersey se subió un tanto, y me estremecí. No había notado el frío hasta entonces.
-        Gracias-murmuré cuando me dejó en el suelo.
Él sonrió con timidez.
De nuevo, bordeamos la casa, y encontramos al sherif hablando con alguien. Nos acercamos, pero en ese momento, un coche negro se paró delante.
-        Por Dios, los medios ahora, no-suplicó Tom.
Un joven, alto, de pelo castaño oscuro, salió entonces. Debía de tener mi misma edad, más o menos.
Se acercó a la cinta, y la pasó con naturalidad. Entonces, Tom se acercó, enfadado.
-        No puede pasar aquí sin acreditación. Es la escena de un crimen-dijo con una notable irritación.
Él hombre sonrió con amabilidad. Sus ojos tenían un color azul muy oscuro. Hipnóticos.
-        Soy el nuevo forense-dijo sonriendo, a la vez que sacaba su D.N.I.
Jake Darwin.
-        Oh, ¡cuánto lo siento!-comenzó a disculparse- La prensa es siempre un fastidio, y, no le esperábamos hasta mañana.
-        No pasa nada. Por favor, tuteadme, odio que me digan usted. ¿Puedo tutearos yo?-preguntó.
Tom rió.
-        Pues claro, hombre-dijo- Bueno, yo soy el sherif, Tom-le tendió la mano.
El jovencísimo forense se la estrechó con una sonrisa perfecta.
-        Este es Ben-añadió- Y ésta es Marie.
-        Encantada-dije, tras darle dos besos.
Él sonrió.
-        ¿Cuándo has llegado? No te esperábamos hasta mañana, y menos que aparecieras en la escena del crimen-señaló.
-        Hace tres horas, me llamaron para decirme que si podía adelantar mi vuelo. Al llegar y dejar todo en su sitio, decidí ir al Instituto Anatómico, suponiendo que abría alguien de guardia. Al llegar, me dijeron lo que había pasado, por lo que decidí coger mi coche y, siguiendo las indicaciones de una secretaria, venir hacia aquí-respondió.
Tom sonrió.
-        Aún no hemos entrado, ven con nosotros-pidió.
Jake asintió, y nos dirigimos a la casa. Ben y el sherif iban delante, nosotros dos detrás.
-        ¿Quién ha encontrado el cuerpo?-preguntó.
-        Nosotros acabamos de llegar, pero creo que un familiar dio la alarma. Hay una ambulancia. Han atendido algunas crisis de ansiedad-susurré.
-        Estas cosas son muy duras-advirtió él.
Yo cerré los ojos. Nadie mejor que yo sabía cuanta razón tenía aquel chico.
-        Lo sé-murmuré.
Entramos en la casa.
Nada más entrar,vi la sangre, y el cuerpo que yacía sobre el charco de ésta. El pelo color fuego tenía zonas cubiertas por esa sustancia escarlata. Su tez parecía fantasmal, y, justo sobre el pecho una gran raja roja de la que ya no salía sangre.
Dios mío.
Traté de respirar acompasadamente, con tranquilidad. Cerré los ojos, y reorganicé mis ideas. Pero las imágenes seguían pasando por mi mente.
Una mano se posó en mi hombro menudo. Abrí los ojos.
-        Marie, no tienes por qué estar aquí-susurró Tom.
Compasión, sorpresa, pena... todos esos sentimientos se podían percibir en su mirada.
-        Estoy bien-dije.
Su mano se apartó de mi hombro, y sostuve la cámara entre las manos. Dejé la mente en blanco.
Miré sus manos, y pulsé el botón del aparato.
Clic.
Su cuerpo.
Clic
El cuello.
Clic.
Los pies.
Clic.
Vi algo que hizo que llamara a los demás.
-        Venid-dije.
Los tres hombres se acercaron al lugar donde yo estaba,y se agacharon.
-        Es una inscripción-dije
-        <<Los impuros no son dignos de tener corazón>>-leyó Jake.
-        Es la misma inscripción, el mismo modus operandi, el mismo estilo de chica-susurró con cautela- ¿Estamos buscando al mismo hombre?-se preguntó.
Me volví hacia él.
-        ¿Cómo?-murmuré sin podermelo creer.
El sherif se revolvió, inquieto.
-        Sal fuera-musitó; parecía haber envejecido diez años.
Le seguí hacia la puerta.
-        Cuando encontramos a tu madre, había una inscripción junto a ella. Era la misma. Y la herida en el pecho, que los forenses diagnosticaron como la herida mortal, también coincide a simple vista-empezó, y cerró los ojos con fuerza, como si alguna imagen poblara en esos momentos su mente- Fue una oleada de crímenes, todos iguales. Chicas pelirrojas, de edades entre dieciocho y treinta años, todas con aspecto de niñas: menudas, tímidas. Tu madre no fue la primera, sino la última-siguió- No cogieron al culpable, eso ya lo sabes. No encontraron ninguna pista.
Tragué saliva.
-        ¿Me estás diciendo que estamos ante un asesino en serie?-pregunté.
Él suspiró.
-        No lo sé.
-        ¿Y que, después de veinte años, vuelve a actuar, cuando ese hombre debe tener cincuenta o sesenta años, quizá más?
-        Marie, no lo sé. Ya te he dicho todo lo que sé, a primera vista-dijo- ¿No te dice nada esto?
Cerré los ojos. Nadie había podido arrancarme ni un recuerdo, a pesar de todos mis intentos por rememorar aquella noche.
-        Sherif, llevo intentando recordar veinte años. Todos los días de mi vida. ¿Cree que, si el cuerpo que está en ese vestíbulo me dijera algo, me lo callaría?-le dije.
Me miró de nuevo.
-        Lo siento, Marie, ya sabes que no quería decir eso. Es sólo que, después de tantos años, no dimos con el culpable, y la historia se vuelve a repetir entonces. No se a qué atenerme ahora.
Sentí pena por él.
-        Pero, ¿cuántas pelirrojas puede haber en este pueblo, por grande que sea?-pregunté.
-        Las suficientes para otra oleada de crímenes, Marie-repuso- Creo que ya lo sabes, pero, te pediría que siempre salieras acompañada...
-        Tom, parece mentira que no sepas con quien hablas. Si ese hijo de perra está por ahí, juro que seré yo quien le ponga las esposas. Me da igual si hace veinte años no hubo pruebas. Un crímen nunca es perfecto. Siempre hay algo que delata al culpable.
-        De todas formas, tal vez no sea él mismo-dijo con poca convinción.
-        Da igual. Tanto si lo es como si no, lo encontraremos. Ahora tenemos que entrar. Habrá que encontrar algo.
Volvimos a entrar en la casa, en la que todo se examinaba con minucioso detalle. Me arrodillé junto al cuerpo, y cogí un guante de látex.
-        No parece tener signos de violencia-dije.
El forense, con otros guantes iguales, se arrodilló junto a mí.
-        En los pies tampoco, ni en las muñecas. Tampoco hay signos de agresión sexual-afirmó.
Me detuve en la camiseta, inspeccionándola con una lupa que pedí.
-        ¿Qué es eso?- murmuró entonces el forense.
Me acerqué para ver a qué se refería. Una pelusa azul marino estaba sobre una de las partes de la camiseta que aún no estaban ensangrentadas.
-        Pide unas pinzas y una bolsa se plástico-dije.
Se levantó, y al momento volvió con lo que le pedí. Con cuidado, cogí aquella extraña pelusa. La miró atentamente.
-        ¿Una fibra textil?-murmuró, mientras la metía en la bosita- Que la examinen en el laboratorio. Es urgente.
-        Hay más pelusas en algunos sitios. Mira esto-dijo.
Casi tapado por el cuerpo, asomaba un pequeño objeto redondo. Lo cogió, y lo metió en otra bolsa.
-        Es un botón-dije- Una pelusa y un botón, que, con la sangre no puedo ver bien, pero yo diría que negro.
-        ¿Crees que al analizarlo podrían saber de que prenda es?-preguntó Jake, que seguía inspeccionando el cuerpo en busca de más señales..
-        Es lo único que tenemos por el momento. Espero que puedan hacerlo-respondí.
Seguimos buscando alguna señal de algo en el cuerpo.
-        Marie, ¿has encontrado algo?-preguntó Ben.
Alzé la mirada y me topé con él. Algunas manchas de barro le cubrían la ropa.
-        Una pelusa y un botón. Pero nada más por ahora-repuse.
-        Algo es algo. ¿Cuál es la hora de la muerte?-preguntó.
El forense se levantó entonces.
-        Aún no lo sé. Será mejor llevarlo al Instituto Anatómico. Firmaré el acta de defunción allí-dijo- Llevaoslo, tendré que seguir mirando con detalle todo.
Unos chicos entraron, y, después de cubrir con una tela el cuerpo, se lo llevaron en una camilla.
-        Yo voy a ir con ellos-terció Jake.
El sherif llegó entonces.
-        Ninguno va a irse al instituto forense ya. Son las cuatro y media de la madrugada, y al menos necesitaís unas horas para descansar. Chicos, os necesito mañana despiertos.
Jake ladeó la cabeza.
-        Vamos, Jake, el cuerpo no se va a mover a ningún sitio.
El forense se lo pensó. Despues se encogió de hombros, rindiéndose.
-        Yo me voy a quedar para recoger todo esto-dijo el sherif.
-        Un momento. Voy a salir a llamar a un taxi para que me lleve a casa-dije, cogiéndo mi teléfono móvil.
El sherif hizo una mueca.
-        Es verdad. Llévate mi coche, mejor, Marie-dijo.
-        No, no hace falta, de verdad-suspiré.
Jake decidió intervenir.
-        Yo te puedo llevar. Llegarás a tu casa más pronto que si te lleva un taxi.
-        Marie, vete con el forense entonces, ¿no?-dijo Tom.
Asentí, y los dos salimos de la casa, donde estaban empezando a recoger ya el material.
-        Siento causarte molestias-dije- Aún puedo pedir un taxi.
-        Nada de eso. No es ninguna molestia-sonrió- Así voy conociendo al personal con el que tendré que trabajar.
Sonreí. Parecía muy amable.
Conducía despacio, y había puesto la calefacción. Un ambiente cálido me envolvía, sin llegar a ser pesado.
-        ¿Donde vives?-me preguntó.
Le indiqué la dirección.
-        Me viene de camino. Mi casa está sólo a dos manzanas-dijo.
-        Gracias.
Volvió a sonreir. Tenía una sonrisa perfecta.
-        ¿De donde eres?-pregunté.
-        Nací en España, pero he estado trabajando en Las Vegas.
Asentí.
Al llegar a la puerta de mi casa, aparcó el coche. Creí correcto preguntarle si quería algo, por las molestias de haberme traído.
-        ¿Quieres un vaso de agua o algo?-pregunté mientras salía.
-        Sí, gracias. Creo que me vendría bien.
Salimos de su coche, y entramos en mi apartamento. Encendí la luz, y me dirigí a la cocina, con el forense detrás.
-        ¿Leche, café, agua, zumo?-pregunté.
-        Leche-dijo.
Cogió el periódico que estaba encima de la mesa. Lo ojeó.
Mientras, yo saqué una botella de leche, y vertí un poco en dos vasos.
-        ¿Azúcar?-pregunté.
-        No, gracias. ¿Has visto esto?-señaló el periódico
Me volví, y sólo tuve que mirar por encima para saber a qué se refería.
Jake miró de nuevo el texto. Le había impresionado.
-        El tipo anónimo ese, Fedios83, ¿verdad?-dijo, mientras le ponía el vaso en la mesa- Escribe cada cuatro días en el periódico, en la sección literaria. Mucha gente compra el periódico solo para ver lo que pone. Dicen que es un genio, pero nadie lo conoce.
<<El alba no es el principio de un día, sino el comienzo del final de este. La noche aguardará siempre, y los mortales no podrán acabar con ella. Sólo los ángeles, criaturas de Dios, podrán descender del Cielo Divino, acabar con aquellos seres malignos, que, ocultos tras vivos colores,   sueñan con que el alba sea tan negra como la noche.>>
-        Parece muy religioso-repuso- Me tengo que ir ya.
-        De acuerdo. Te acompaño.
Salí a la puerta, y le despedí. Me sonrió desde el coche, antes de perderse en la oscuridad.
De nuevo, entré.
Me dirigí directamente a la cama, y me tendí sobre ella. No me preocupé siquiera de cambiarme. Cerré los ojos, y me olvidé de todo. O al menos eso quise hacer.
Porque, después de muchos años sin soñar, volví a hacerlo esa noche, en una agónica pesadilla. Una niña salpicada de sangre, y unos ojos oscuros que me perseguían sin piedad.
Quise buscar respuestas, pero no las hallaba.
Tan sólo veía esos ojos, y por un segundo, tuve la certeza de que los encontraría en cualquier parte del mundo, estuviera donde estuviese.

CÍRCULO PERFECTO: Prefacio


1984. California.
El hombre sonrió con tranquilidad a la joven pelirroja. Ella miraba alternativamente su reloj, preocupada.
-        Tranquila, te llevaré a casa-dijo el hombre, desenfadado.
Ella asintió, agradecida a aquel desconocido que, tras pararse en la carretera donde había pinchado su coche, y después de llamar al taller, se había mostrado voluntario a llevarla a casa.
Conducía despacio, como si no tuviera prisa. De vez en cuando ladeaba la cabeza hacia aquella belleza de ojos azules. Poquísimas pelirrojas tenían aquel color de ojos, advirtió para sus adentros. Anhelaba tocarla, acariciarla. Pero aún no, debía esperar.
Ya estaban en la calle donde habitaba ella. Incluso teniendo treinta años, parecía una chiquilla, con aquella cara fina, esos ojos inmensos e inocentes, su nariz pequeña, sus tímidos tirabuzones de fuego, su cuerpo menudo bajo aquella ropa.
Le indicó donde pararse y así lo hizo él. Se acercaba su momento.
Cuando ella salió del coche, el hombre la imitó.
-        ¿Puedo usar el baño?-preguntó con aquella voz envolvente, serena.
Ella titubeó un momento. Era un desconocido, y no creía correcto que pasara a su casa, con su hija durmiendo en el segundo piso, pero se sentía en deuda con él, por lo que asintió despacio.
-        Sólo será un momento-dijo el hombre, mientras entraba cuando ella abrió.
Cuando le indicó al hombre dónde se encontraba, fue a la cocina, a prepararse una taza de café. Deseaba que ese hombre saliera de su casa, por muy agradecida que le estuviese. Tan sólo quería descansar.
En la puerta de la cocina apareció el hombre, con una gran sonrisa en sus labios.
-        Debo irme-musitó.
Ella se levantó se la silla de madera, y le acompañó hasta el vestíbulo.
Un error.
Justo al girarse par abrirle la puerta, advirtió un destello afilado en una de las manos del hombre, y se volvió, para mirarle, con los ojos abiertos por el pánico.
Pero no pudo hacer nada. Ni un grito surgió de su garganta cuando él le clavó el cuchillo en el punto exacto del corazón. Se desplomó sobre el suelo, donde en poco tiempo se formó un charco de sangre reluciente, que en poco tiempo se compactaría.
Él hombre se estremeció de placer. Sacó de su chaqueta una pluma, blanca como la nieve. Con aquel líquido rojo que emanaba del pecho de la joven, escribió algo en el suelo, junto a ella, y al hacerlo la pluma se tornó de color escarlata.
Cuando terminó, la dejó junto a la escritura, que poco a poco iba secándose. Sonrió una vez más, deleitándose en su obra. Cogió su cámara digital del pantalón, y sacó una fotografía. Casi temblaba de placer. Luego, muy lentamente, salió de la casa, sin hacer ruido, únicamente empujando la puerta con sus guantes negros de cuero.
Una niña, de unos cinco o seis años, contemplaba la escena con aquellos ojos verde oscuro. No comprendía por qué su mamá se había tumbado en el suelo y no se levantaba. Bajó las escaleras despacio, con sus piececillos descalzos sobre el frío mármol. Tiritó, y sus largos tirabuzones de un rojo llama se agitaron; él frío se colaba por la puerta entreabierta.
Se acercó a la figura inmovil que yacía en el suelo. Al agacharse, su camisón blanco adquirió un tinte rojizo, feo. Tocó la frente de su madre, pensando si estaría bien despertarla o no.
Un silencio sepulcral invadía la casa, ya de por sí misterio.
La niña se extrañó.
-        Mami, mami, ¿qué te pasa?-susurró, cogiéndole la mano.
Al soltarla cayó flácida, sobre aquel charco escarlata, y al hacerlo salpicó a la pequeña.
Así fue encontrada al día siguiente, por los vecinos y los federales.