martes, 13 de septiembre de 2011

Tic, tac.

Tic, tac, tic, tac, y pasa el tiempo lento y rápido al mismo son. Y todo lo que encuentra se lo lleva al olvido, impidendo disfrutar de nada, como el duce gusto de miel que queda en la boca del semifinalista. Marca con su continuo repiqueteo el paso de las horas, para que no perdamos conciencia de él. Pero, cuando el minuto pasa, nada puedes hacer para recuperarlo. Cuando la palabra sale de tu boca, nada puedes hacer para detenerla, y cuando no coges el teléfono tras una hora de continuas llamadas, nada puedes hacer para recuperarlas, porque el tiempo discurre, y todo eso ya ha pasado, y no hay nada para borrarlo. El tiempo, la peor condena del ser humano, encerrada en los simples mecanismos de un reloj en el escritorio, es la única razón por la que no podemos respirar nunca tranquilos. Es la causa de que cuando nos hacemos mayores, sólo recordemos cosas que ocurrieron, y el tema de conversacion en las comidas sea "Yo a tu edad..."
Tic, Tac.

Sólo hacia delante.

Así es la vida. Un gran camino de grava y cuestas. Si te fijas bien, lo verás. Sólo existe un modo de avanzar, y es no desviándose de él. Avanza aunque te caigas, avanza aunque sangres por dentro y llores de cansancio y pienses que no`puedes avanzar más. No te detengas nunca, pero sobre todo no mires atrás. Porque al hacerlo, desandas tus pasos, creyendo volver al pasado. Pero solo es una engañosa ilusión, un chiste irónico. No mires nunca, porque te arrepentirás. Sólo permítete seguir hacia delante, sin importarte las caidas. Sólo hacia delante, aunque por dentro estés rota. Solo hacia delante, aunque tu corazón se vaya lastimando con el tiempo.
Y solo hacia delante, porque el rozamiento de las piedras es la mejor curación a largo plazo.

Pequeña.

¿Qué te ocurre, pequeña? Te veo rota por dentro. No te tienes en pie. Dime, pequeña, dime quien te ha hecho esto. ¿Quién ha rasgado tus ilusiones de esa manera tan cruel? No, no llores. No creo que merezca llorar. Ven, deja que te seque las lágrimas con ese pañuelo. Así está mejor. No pienses más. Es duro, lo sé, dímelo a mí. Pero no debes permitir que nadie te haga esto. Ni ahora ni nunca, ¿de acuerdo? Y ahora, pequeña, escucha. ¿Me creerías si te digo que hay alguien protegiéndote, mirando todo lo que haces, como un ángel guardian?
Criatura, yo soy tu ángel guardian. Puedes pensar que no siempre estoy contigo, pero no es verdad. Siempre estoy contigo, en algún lugar de tu corazón, siempre estoy ahíi. Y por esta razón no debes tener miedo. Nunca estarás sola. Yo estaré ahí por si alguna vez estás triste. Lo sé, puede parecerte injusto que yo pague lo que otros hacen, pero no me importa. No me importa que siempre vengas corriendo a mí con lágrimas en los ojos.
Y ahora, hazme la pregunta que tienes en mente: ¿Por qué? ¿Por qué hago todo esto? Vaya, ¿es tan difícil de imaginar?
Porque te amo, pequeña.

Carpe Diem.

Empiezo a cansarme de mirar el Pasado con aire nostálgico. ¿Para qué? No puedo volver atrás. El Pasao ya no existe ni existirá aunque nos acompañe siempre recordándonos lo que hemos echo.
El Futuro no existe, ni tiene por qué existir. El Futuro es la consecuencia de nuestras elecciones, y varía con cada elección.
Por eso, viviré este mismo instante como si fuera el último, sin preocuparme por el futuro o el pasado. Simplemente, haré lo que en ese momento me haga feliz, y que pase lo que tenga que pasar.
Ya no me preocupo por algo que pasó, porqe ya no puedo volver atrás, ni pensar en un lejano futuro incierto. Vivo el momento.

Te quiero, imbécil.

No puede ser. No. Tiene que ser una pesadilla. Pero no, no lo es, por mucho que él lo quisiera así.
Un panel electrónico anuncia la llegada de su tren.
Se levanta. Vuelve la vista hacia la entrada de la estación. Espera encontrarla. Qué estúpido. Ella no está. Y probablemente, nunca más lo estará.
Ella remueve su café con la mirada ausente. Mira a través de sus Ray-Ban oscuras, ocultando así sus ojos llorosos. Cierra los ojos, y cuando los abre, algunas gotitas saladas caen sobre el amargo café.
No. Se niega. No quiere perderlo. Con una extraña resolución, se levanta. Coge su bolso, y sale de la cafetería, con una dirección fija por una vez.
Ahora empieza a entender lo que su padre decía sobre tomar café amargo: te aclara las ideas, y te hace verlo todo con más claridad.
Entrega su billete. Pasa las maletas. Una última y vana mirada hacia la puerta. Siente la tentación de mandarle un mensaje, pero el maldito orgullo puede con él. Sacude la cabeza, y sigue hacia delante.
Las puertas de la estación se abren, y ella corre sin resuello. Busca desesperada entre la marea de gente. Ignora las quejas de la gente al pasar y baja las escaleras mecánicas.
Allí está. Se quita las gafas de sol. No le importa que la vea llorar. Le coge un brazo, y le hace volverse.
Ambas miradas se cruzan, y no hay ira en ellos, sino perdones y tristezas mudos.
Ella acerca sus labios a los de él. Es uno de esos besos único, de película. Dulce, muy dulce, mezclado con el sabor de las lágrimas. Pero también amargo, con sabor a despedida.
Un pitido indica la salida inminente del tren.
Él se separa un centímetro, para volver a ver aquellos ojos verdes, tan hermosos, ahora aguados, y la mira interrogante. Ella se seca algunas lágrimas.
-Porque te quiero, imbécil, por eso estoy aquí.
Sobran las palabras. Sobra todo. Sólo hay espacio para dos.
Sube a su vagón. Su butaca está en la ventanilla, como siempre. Se sienta, y desde ahí la vuelve a ver. Sonríe. Un camarero le trae un café, tal vez demasiado amargo. Lo toma a pequeños sorbos. Saca del bolsillo de su camisa un rotulador, y escribe algo en el cartón del café. Después, con unas tijeras, lo recorta.
El tren comienza a avanzar. Abre la ventanilla, y tira el papel. Lo observa mientras vuela.
No ha habido promesas de vueltas. No sabe cuando volverá. Queda un futuro por escribir.
Un papel cae a sus pies. Lo recoge. Tiene forma de corazón.
Te quiero
Sus ojos verdes se vuelven de nuevo acuososos al pasar la mano por el cartón de café.
<<Y yo>>

Lo pasado, pasado está.


Sonries, y la misma sonrisa me ilumina ahora el rostro, como si el tiempo, por una vez, no hubiese hecho mella entre nosotros.
Me acerco, y me miras, con esos ojos castaños, qe tantas veces me hicieron reír y llorar con su complicidad.
Pero entonces te hablo, y siento el hielo que rodea tu corazon, tus palabras ya no son sino cordiales, y el frío imaginario que destilan me hacen estremecer.
Me alejo, con el fuego de mi corazon apagao por un hielo atroz, y muda, pienso: ¿Cómo es qué tanto cambió?, pero yo misma me respondo: Tal vez el daño lo hice primero yo.

domingo, 6 de marzo de 2011

INSTINTO: Cap. 2


Ay, no. Llegaba tarde otra vez.
A toda prisa, me enfundé unos pantalones desgastados y una camiseta negra con el letrero: KISS ME en letras neón.
Cuando salí, Haven me esperaba.
  • ¡Vamos, tía
  • Ya voy, ya voy. Si tienes tanta prisa, vete tú.
Ella me miró con cara de malas pulgas.
  • Si lo se, no bajo a por ti-siseó.
Sonreí.
Pasamos a prisa por conserjería para recoger el nuevo programa del curso.
  • Qué asco, mates los lunes a primera!-soltó Haven.
No respondí. Me resigné. No por mi opinión iba a cambiar algo, así que no gasté saliva en ello. Nos dirigimos a la clase correspondiente.
Un millón de caras conocidas me saludaron con dos besos al entrar. El hecho de que ayer me perdiera el banquete de bienvenida por el castigo hacía que tuviera que saludar ahora.
Cuando llegó el profesor, la mayoría tomaron asiento, pero cuando me vio, frunció el ceño en una mueca entre sarcástica y divertida.
  • Usted, señorita Fox, también puede bajarse de la mesa y tomar asiento.
Me bajé de la mesa y me senté al lado de Haven, que reía por lo bajo.
  • No, no, sientese aquí-señaló la primera fila- No quiero desgastarme la garganta el primer día mientras usted se pasa toda la hora hablando con su amiga.
Resoplé.
  • Que me voy a portar bien...
  • Hágase ese propósito para el nuevo curso. Y ahora, aquí. Vamos a inagurar el sitio especial.
Cogí mis cosas y me dirigí al sitio vacío.
  • Jo, profe, aquí me aburro-dije.
  • Pues adentrese en el mundo del álgebra, que es muy divertido.
No respondí. Vaya profesor. Siempre tenía ese humor sarcástico que hacía empequeñecer a cualquiera. Se volvió y comenzó la explicación en la pizarra.
Alguien llamó a la puerta.
  • Adelante-gritóel profesor un tanto fastidiado.
Un chico alto, de pelo castaño oscuro entró en el aula. Se me abrió la boca de puro asombro.
Era el chico de anoche, el de los ojos extraños.
  • Perdone-sonrió- Me he perdido.
Miró fijamente al profesor, sin borrar la perfecta sonrisa de la cara.
  • De acuerdo, pase-indicó-.Sientese... ahí mismo-dijo señalando el sitio que estaba a mi lado- .Si no tiene libro, puede compartirlo con la señorita Fox.
El chico miró en mi dirección. Tuvo que reconocerme, seguro, porque una mueca sarcástica apareció en sus labios. Di un respingo. ¿Era gafe, o era el destino? De cualquier modo, no iba a permitir que ese imbecil se sentara a mi lado.
  • ¿Puedes quitar los pies de mi silla, por favor?-sonrió.
Lo miré irritada. El profesor me advirtió con la mirada. Lentamente, quité los pies de su maldita silla.
Él sonrió de nuevo y se sentó.
  • Bueno, y ¿como debo llamarte? el Capullo de Anoche, ¿está bien?
  • Con que me llames Christian, es suficiente-rió sin parecer afectado- Y tú eres...
¿Cómo podía hablarme tan tranquilo después de lo de anoche? Lo miré incrédula.
  • No necesito necirte como me llamo. No vamos a hablar mucho tú y yo.
  • Es una pena-murmuró para sí.
Iba a responder cuando percibí las señas que me hacía Haven desde su sitio. Silvidos por lo bajo y gestos groseros señalando a el tal Christian.
Arranqué un pedacito de papel de mi libreta, y escribí en él.

No te lo vas a creer. El tal Christian este es el
imbécil de anoche... el del bosque, el que estaba chiflado...!

Lo doblé con cuidado y le hice señas. No tardó mucho en darse cuenta; estaba comiéndose con los ojos al nuevo. Hice el intento de tirarle el papel y...
desapareció de mis manos. Las abrí incrédula una y otra vez, pero no lo encontré.
Una risa musical salió de la boca del imbécil en ese momento. Alzé la vista por encima de su hombro, y vi que sostenía un papelito entre las manos. Mi papel.
Alargé la mano hacia el papel, pero la cerró enseguida.
  • Dámela-dije-Ya.
Él sonrió sin hacerme caso y desdobló en papel leyendo su contenido sin demasiado interés.
  • Primero me espías, luego hablas mal de mí a mis espaldas... eres muy mala, chica sin nombre-sonrío. Estaba disfrutando de lo lindo.
La ira me cegó. Iba a replicar, de no ser por que el profesor interrumpió nustra conversación.
  • ¿Ocurre algo con la señorita Fox, señor Stweart?-preguntó el profesor.
  • Nada, profesor. La chica sin nombre sólo me explicaba una cosa-sonrió educadamente.
  • ¿La chica sin nombre?-murmuró el profesor.
  • Sí, verá usted. No me quiere decir como se llama. Así que la llamo así.
La clase estalló en carcajadas. Me levanté, segura de que iba a explotar en cualquier momento y eso no era nada bueno. Vale que un ángel tubiera pocos poderes, pero cuando algunos sentimientos se desbordaban los poderes se descontrolaban. Salí de la sala, sin escuchar los gritos del profesor y las risas de lo alumnos, y me dirigí al cuarto de baño.
<<Calma. 1, 2, 3. Cálmate, Gala. No debes desbordarte.>> Inspiré y expiré profundamente hsta que la ira se fue desvaneciendo.
Cuando salí de los baños, la gente salía de la primera clase. Fui a un banco cercano a la salida y esperé.
En pocos minutos, vi a Haven acercarse a mí
  • Dios, cómo le odio. Cómo le odio-siseé.
Ella rió.
  • No sabes lo que dices. Cualquiera hubiera dado lo que fuera para sentarse al lado de ese cañón.
  • No cuando la noche anterior ejerce el papel de psicópata-murmuré-
Los ojos se le abrieron como platos.
  • ¿Es el chico de añoche?-señaló
asentí. Una extraña sonrisa se formó en su cara.
  • No te habrás guardado algo para ti...
  • Haven, va en serio. No lo soporto, va de bueno ahora, pero no lo es. Hazme caso.
En ese momento vi que Christian se acercaba a nosotras. Me envaré.
  • se te olvidó esto en la clase-me tendió un libro.
Lo cogí sin muchos miramientos.
  • ¿No me vas a agradecer el detalle?-rió.
  • Mira, Christian, vete a la...
Haven me dio un puntapié. Christian se acercó entonces a mi oído.
  • Es una pena que no quieras congeniar conmigo. Pero siempre puedes rectificar, ya lo sabes, Galae-susurró.
Me sorprendí al escuchar mi nombre, pero él sonrió y se alejó por el pasillo.
Haven me miró entonces, y sólo pronunció una palabra:
  • Guau.






Me castigaron copiando, como de constumbre.
Cuando terminé, tenía la mano dormida. Salí de la jefatura, una sala que me conocía ya demasiado bien, y me fui a la sala comúm.
Cuando entré, todos se volvieron para mirarme. Obviamente, hablaban de algo importante.
  • ¿Qué, haciendo planes de estudio sin mí?-reí al cerrar la puerta.
  • Ahora ya estamos todos. La terrible rompecorazones y siempre castigada Gala ha hecho su aparición-sonrió Adrian.
  • ¿Te ofreces a que rompa el tuyo? Tal vez aguante-insinué.
Los dos reímos.
  • Tia, esta noche, ¡fiesta!-exclamó Haven desde el otro extremo de la habitación.
  • ¿Pero ya queréis que me vuelvan a castigar? Qué malos amigos tengo-reí.
Brayan me hizo señas para sentarme junto a él.
Brayan. Brayan, el de loos ojos verdes. Brayan, el rubio. Brayan, el de cuerpo de ensueño. Brayan, por el que suspiran todas las chicas del internado.
Brayan, el tío más bueno de toda la academia.
Sonreí, y me senté literalmente én él.
  • ¿Cuándo es?
  • Hoy, en honor al nuevo curso.
  • No sé, no sé. ¿Qué tiene de bueno empezar el nuevo curso?-reí, haciéndome de rogar.
Unas manos se deslizaron por la espalda.
  • Anda... ve por mí-susurró en mi oído.
Le paré las manos, y me hice la dura.
  • Iré, pero no por ti. Luego ya veremos-afirmé.
Él sonrió.
  • Te gusta jugar, ¿no? A mí también. Y siempre gano.
La puerta se abrió y Christian apareió por ella.
  • ¿Otro castigado el primer día de clase?
Me molestó esa complicidad. Él rió.
  • No fue culpa mía.
  • Va, entonces, ¿te apuntas? Esta noche, en el bosque. Para ver quien de los nuevos es digno de nuestro grupo-le guiñó el ojo Haven.
Mis uñas se clavaron en el brazo de Brayan. Él pegó un salto.
  • ¿Pero que haces?-dijo molesto.
  • Vaya, perdona. Ha sido sin querer.
  • Ya, pues para esas caricias, te cortas las uñas, gatita-sonrió.
  • Claro-escuché que decía Christian.
Vaya, genial. El psicópata-un-día-porculero-al-otro-buenecito se nos había emperchado.
  • Yo me voy- dije con fastidio levantándome del asiento.
  • Venga, nos vemos esta noche, encanto-dice, y me da un beso en la mejilla.
Muchos abandonamos la sala. Haven me siguió.
  • ¡Tia, pero cómo puedes llegar a ser! El tío más bueno del internado quiere algo contigo, y tú te haces la dura. Y luego, el nuevo, Christian, que todavía no lo he catalogado en supermodelo o en sueño irreal, te da caña hasta volverte loca...
  • Para ya con esa estupidez. Christian me saca de quicio, y me da igual lo bueno que esté-dije cansinamente-¿Qué crees que me puedo poner esta noche para llamar la atención de Brayan?
  • Ajá, así que te a tocado la fibra sensible-sonrió- Del otro tema no te libras.
Me paré en seco y me volví hasta ella.
  • Haven, "el chico nuevo", como tú le llamas, está buenísimo, sí, lo admito, pero no por eso significa que me tenga que gustar, ¿entiendes? Métete eso en la cabeza: Christian no me va.
Cuando la miré, estaba pálida. Como si hubiera sido una premonición, me volví en la dirección de su mirada.
Christian nos miraba, con esa sonrisa arrogante de siempre. Soltó una carcajada que hizo que el rubor subiese a mis pálidas mejillas, y se fue.
Alzé la vista, y sin dirigir una palabra a Haven, me fui a nuestro cuarto. Ella me siguió.
  • Va, tía, no te enfades-pidió.
No respondí. Me ardían las mejillas de pura indignación.
  • No voy a ir a la fiesta-dije entonces.
  • Vas a ir, y lo sabes-replicó ella.
  • Pues que no vaya él.
  • Mira, Gala, no sé que problema tienes con Christian. Vale, puede que aquella noche se comportara mal contigo, pero siempre tenemos un mal día. Ahora es muy simpático, por mucho que te cueste admitirlo. Cuanto más te resistas, peor. Tal vez sólo intenta integrarse en el grupo, cosa que le estás poniendo muy difícil.
No lo había pensado de ese modo. De todas formas, seguía sin fiarme de él.
  • Vamos, sabes que tengo razón. Por favor, no seas tan desagradable con él. Si no fuera como nosotros, no le habríamos invitado esta noche, ¿no?
Asentí lentamente.
  • Vamos, anímate. Esta noche será genial.
Sí, genial. De fiesta con Christian. Yuju...