domingo, 6 de febrero de 2011

CÍRCULO PERFECTO: Prefacio


1984. California.
El hombre sonrió con tranquilidad a la joven pelirroja. Ella miraba alternativamente su reloj, preocupada.
-        Tranquila, te llevaré a casa-dijo el hombre, desenfadado.
Ella asintió, agradecida a aquel desconocido que, tras pararse en la carretera donde había pinchado su coche, y después de llamar al taller, se había mostrado voluntario a llevarla a casa.
Conducía despacio, como si no tuviera prisa. De vez en cuando ladeaba la cabeza hacia aquella belleza de ojos azules. Poquísimas pelirrojas tenían aquel color de ojos, advirtió para sus adentros. Anhelaba tocarla, acariciarla. Pero aún no, debía esperar.
Ya estaban en la calle donde habitaba ella. Incluso teniendo treinta años, parecía una chiquilla, con aquella cara fina, esos ojos inmensos e inocentes, su nariz pequeña, sus tímidos tirabuzones de fuego, su cuerpo menudo bajo aquella ropa.
Le indicó donde pararse y así lo hizo él. Se acercaba su momento.
Cuando ella salió del coche, el hombre la imitó.
-        ¿Puedo usar el baño?-preguntó con aquella voz envolvente, serena.
Ella titubeó un momento. Era un desconocido, y no creía correcto que pasara a su casa, con su hija durmiendo en el segundo piso, pero se sentía en deuda con él, por lo que asintió despacio.
-        Sólo será un momento-dijo el hombre, mientras entraba cuando ella abrió.
Cuando le indicó al hombre dónde se encontraba, fue a la cocina, a prepararse una taza de café. Deseaba que ese hombre saliera de su casa, por muy agradecida que le estuviese. Tan sólo quería descansar.
En la puerta de la cocina apareció el hombre, con una gran sonrisa en sus labios.
-        Debo irme-musitó.
Ella se levantó se la silla de madera, y le acompañó hasta el vestíbulo.
Un error.
Justo al girarse par abrirle la puerta, advirtió un destello afilado en una de las manos del hombre, y se volvió, para mirarle, con los ojos abiertos por el pánico.
Pero no pudo hacer nada. Ni un grito surgió de su garganta cuando él le clavó el cuchillo en el punto exacto del corazón. Se desplomó sobre el suelo, donde en poco tiempo se formó un charco de sangre reluciente, que en poco tiempo se compactaría.
Él hombre se estremeció de placer. Sacó de su chaqueta una pluma, blanca como la nieve. Con aquel líquido rojo que emanaba del pecho de la joven, escribió algo en el suelo, junto a ella, y al hacerlo la pluma se tornó de color escarlata.
Cuando terminó, la dejó junto a la escritura, que poco a poco iba secándose. Sonrió una vez más, deleitándose en su obra. Cogió su cámara digital del pantalón, y sacó una fotografía. Casi temblaba de placer. Luego, muy lentamente, salió de la casa, sin hacer ruido, únicamente empujando la puerta con sus guantes negros de cuero.
Una niña, de unos cinco o seis años, contemplaba la escena con aquellos ojos verde oscuro. No comprendía por qué su mamá se había tumbado en el suelo y no se levantaba. Bajó las escaleras despacio, con sus piececillos descalzos sobre el frío mármol. Tiritó, y sus largos tirabuzones de un rojo llama se agitaron; él frío se colaba por la puerta entreabierta.
Se acercó a la figura inmovil que yacía en el suelo. Al agacharse, su camisón blanco adquirió un tinte rojizo, feo. Tocó la frente de su madre, pensando si estaría bien despertarla o no.
Un silencio sepulcral invadía la casa, ya de por sí misterio.
La niña se extrañó.
-        Mami, mami, ¿qué te pasa?-susurró, cogiéndole la mano.
Al soltarla cayó flácida, sobre aquel charco escarlata, y al hacerlo salpicó a la pequeña.
Así fue encontrada al día siguiente, por los vecinos y los federales.

1 comentario:

  1. ¡Hola, Megar!
    Sinceramente, lo que has escrito me ha sorprendido mucho. O.O Seguiré leyéndote, no lo dudes. :)

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