jueves, 9 de septiembre de 2010

MURALLAS DE UN CORAZÓN DE HIELO


El fuego iba lentamente derritiéndolo todo, abriéndose paso a través de aquel lugar frío e inhóspito en el que seguramente nadie se había atrevido a entrar jamás.
Pero eso no parecía importarle, y caminaba con la dignidad de un rey sobre sus lenguas de fuego mientras observaba con profunda satisfacción como todo el hielo se consumía sin oponer resistencia alguna. Del que en el pasado hubiera sido aquel imponente lugar, con sus escarpados acantilados de hielo, que se alzaban como murallas protectoras a las que nadie habría osado traspasar, ahora no quedaban mas que míseros charcos de agua tibia.
Hubiera parecido el final de una batalla horrible en la que se habían enzarzado dos criaturas universales, de no ser por el calor que se estaba estableciendo en ese lugar, curando todas las grietas del hielo.
Finalmente, el calor alcanzó el núcleo del que salía todo aquel hielo, pero estaba ya tan débil que dejó que el fuego también lo derritiera por completo. Entonces se oyó un débil latido, que poco a poco fue cobrando un ritmo constante. Aquella cosa comenzaba a bombear calor, a repartirla con más rapidez que el fuego incluso, pues era joven y había revivido con una extraña fuerza sobrenatural.
Era una nueva sensación, igual de intensa que la anterior, pero me hacía sentir viva, cosa que antes no. Me estremecí, no se muy bien si de gratitud o de miedo, porque no sabía que sentimientos habitaban dentro de mí. Tenía miedo de no saber que hacer, de perderme y volver a la cueva de hielo en la que había habitado durante todos estos años.
Pero, una vocecilla en mi interior me decía que no iba a perderme, que ahora tenía una razón para sonreír, que aquella sensación viviría siempre en mí. Le hize caso, y confié en ella. Sonriendo dejé que aquel calor me acabara de fortalecer.
Y así fue como consiguieron derribar las murallas de hielo que guardaban a mi pequeño corazón.

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